Yo los vi entrar como en triunfo, recibirle como un don del cielo y fundarse en él la esperanza de los altamente demagogos. Tendría entonces como sesenta y cinco años de edad, de un aspecto grave, de una locuacidad incansable, siempre expresivo con la hez del pueblo, siempre dispuesto a sostener sus pretensiones. Los jóvenes más turbulentos le miraron como al hombre de la sabiduría y al solo capaz de dirigir el gobierno; mientras que los más moderados y de ideas menos tumultuarias comenzaron a ver en él un ser peligroso y capaz de precipitar el Estado.

diciembre 1810