Miranda era un hombre del siglo dieciocho cuyo genio levanta el sentido y la confianza de sus conciudadanos americanos. Aunque él se enorgulleció de ser soldado, sus batallas más grandes fueron libradas con su pluma.
Yo los vi entrar como en triunfo, recibirle como un don del cielo y fundarse en él la esperanza de los altamente demagogos. Tendría entonces como sesenta y cinco años de edad, de un aspecto grave, de una locuacidad incansable, siempre expresivo con la hez del pueblo, siempre dispuesto a sostener sus pretensiones. Los jóvenes más turbulentos le miraron como al hombre de la sabiduría y al solo capaz de dirigir el gobierno; mientras que los más moderados y de ideas menos tumultuarias comenzaron a ver en él un ser peligroso y capaz de precipitar el Estado.
La única persona a quien podíamos consultar con franqueza [Francisco de Miranda], nos sería fácil adquirir los conocimientos preliminares que necesitábamos, y que aquel compatriota nuestro, por sus largos viajes y experiencia, por sus antiguas conexiones con este gabinete, y por su notorio interés en favor de América, se hallaba en estado de damos con más extensión y fidelidad que ninguna persona. Ni sus enemigos se han atrevido a negarle una superioridad extraordinaria de luces, experiencia y talentos. ¡Con qué oficiosidad le hemos visto dispuesto a servirnos con sus luces, con sus libros, con sus facultades, con sus conexiones!
Aquel proscrito formidable [Francisco de Miranda] personificaba en sí la revolución hispanoamericana. Había cumplido sesenta años. No obstante, como si estuviera en la flor de la edad y de las ilusiones, persistía en los propósitos de promover la independencia de la América española y en las esperanzas de ver satisfecho este anhelo.
[Simón Bolívar] desde hacía mucho tiempo reconocía en él [Francisco de Miranda], no sólo gran pericia militar, sino que tenía el más profundo respeto por el veterano que había sido el primero en intentar sustraer a Venezuela de la opresión. Bolívar creía que … había descubierto en Miranda el hombre cuyo feliz destino le guardaba la gloria de realizar el espléndido proyecto de emancipar la América del Sur.
Finalmente, el 3 de octubre, Miranda informó a Wellesley de que estaba decidido a viajar a Venezuela como fuera y el día 10 del mismo mes partió en compañía de Molini, pero no de su familia, a bordo de un buque correo que llegó a La Guaira el 11 de diciembre.
Mi casa en esta ciudad [Londres] es y será siempre el punto fijo para la Independencia y Libertades del Continente Colombiano.
Dos grandes ejemplos tenemos delante de los ojos: la revolución americana y la francesa. Imitemos discretamente la primera; evitemos con sumo cuidado los fatales efectos de la segunda.