Simón Bolívar

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Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco

Simón Bolívar

Es mi voluntad que las dos obras que me regaló mi amigo el señor general Wilson, y que pertenecieron antes a la bi­blioteca de Napoleón tituladas El Contrato Social de Rousseau y El arte militar de Montecuculi, se entreguen a la Universidad de Caracas.

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Por lo demás hallaréis también consejos importantes que seguir en la naturaleza misma de nuestro país, que comprende las regiones elevadas de los Andes, y las abrasadas riberas del Orinoco: examinadle en toda su extensión, y aprenderéis en él, de la infalible maestra de los hombres, lo que ha de dictar el congreso para la felicidad de los colombianos.

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El general Bolívar tenía una frente alta, pero no inusualmente ancha, surcada de muchas arrugas. Sus cejas eran pobladas, pero bien formadas; sus ojos, oscuros y penetrantes; su nariz, larga y perfecta … Tenía los pómulos salientes y, ya desde la primera vez que lo vi (en mayo de 1818), las mejillas hundidas. Su boca era fea, tenía los labios gruesos y el superior alargado. Sus dientes eran blancos, regulares y bellos, y les prestaba particular cuidado. Tenía un mandíbula y un mentón marcados. Las orejas grandes. Su pelo, que llevaba largo hasta que empezó a encanecer en 1822, era muy negro y rizado … La piel era morena y algo áspera, sus manos y sus pies eran pequeños y finos.

Simón Bolívar

Quise mucho a mi mujer y su muerte me hizo jurar no volver a casarme; he cumplido mi palabra. Miren ustedes lo que son las cosas: si no hubiera enviudado, quizá mi vida hubiera sido otra; no sería el general Bolívar, ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo … Volví de Europa para Caracas el año de 1801 [1802] con mi esposa, y les aseguro que entonces mi cabeza sólo estaba llena de los vapores del más violento amor y no de ideas políticas, porque éstas no habían todavía tocado mi imaginación; muerta mi mujer y desolado yo con aquella pérdida precoz e inesperada, volví para España, y de Madrid pasé a Francia y después a Italia: ya entonces iba tomando algún interés en los negocios públicos, la política me interesaba, me ocupaba y seguía sus variados movimientos … Sin la muerte de mi mujer no hubiera hecho mí segundo viaje a Europa, y es de creer que en Caracas o San Mateo no me habrían nacido las ideas que me vinieron en mis viajes, y en América no hubiera logrado la experiencia ni hecho aquel estudio del mundo, de los hombres y de las cosas que tanto me ha servido en todo el curso de mi carrera política. La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política.

[Carta desde Cuzco, dirigida a su hermana María Antonia] Te mando una carta de mi madre Hipólita, para que le des todo lo que ella quiere; para que hagas por ella como si fuera tu madre, su leche ha alimentado mi vida y no he conocido otro padre que ella. Al tío Esteban le mando una libranza de cinco mil pesos contra el tesoro público. Bastante me ha costado este paso; pero he debido darlo en beneficio de él. Hazle muchos cariños de mi parte. Dame siempre noticias políticas y de todo; porque lo que tú me dices es siempre lo más cierto.

No es cierto que mi educación fue muy descuidada, puesto que mi madre y mis tutores hicieron cuanto era posible por que yo aprendiese: me buscaron maestros de primer orden en mi país. Robinson [Simón Rodríguez], que Vd. conoce, fue mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas letras y geografía, nuestro famoso Bello; se puso una academia de matemáticas sólo para mí por el padre Andújar, que estimó mucho el barón de Humboldt… Todavía muy niño, quizá sin poder aprender, se me dieron lecciones de esgrima, de baile y de equitación.

Ayer supe que vivía Ud. [Esteban Palacios], y que vivía en nuestra querida patria. ¡Cuántos recuerdos se han aglomerado en un instante sobre mi mente! Mi madre, mi buena madre, tan parecida a Ud., resucita de la tumba, se ofreció a mi imagen; mi más tierna niñez, la confirmación, y mi padrino se reunieron en un punto para decirme que Ud. era mi segundo padre. Todos mis tíos, todos mis hermanos, mi abuelo, mis juegos infantiles, los regalos que Ud. me daba cuando era inocente, todo vino en tropel a excitar mis primeras emociones.

¿Se acuerda Vd. cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá Vd. olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros, día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.

Vd. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso … No puede Vd. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Vd. me ha dado.

Al señor Alejandro de Humboldt.

Muy señor mío y respetable amigo: Mr. Bollmann, que parte mañana para Europa, ha querido encargarse con placer de estas letras que llevarán a Vd. la expresión de mi recuerdo, de mi afecto y de mi consideración. El barón de Humboldt estará siempre con los días de la América presente en el corazón de los justos apre­ciadores de un grande hombre, que con sus ojos la ha arrancado de la ignorancia y con su pluma la ha pintado tan bella como su propia naturaleza. Pero no son estos los solos títulos que Vd. tiene a los sufragios de nosotros los americanos. Los rasgos de su ca­rácter moral, las eminentes cualidades de su carácter generoso tienen una especie de existencia entre nosotros; siempre los esta­mos mirando con encanto. Yo, por lo menos, al contemplar cada uno de los vestigios que recuerdan los pasos de Vd. en Colombia, me siento arrebatado de las más poderosas impresiones. Así, esti­mable amigo, reciba Vd. los cordiales testimonios de quien ha tenido el honor de respetar su nombre antes de conocerlo, y de amarlo cuando le vio en París y Roma.

Soy de Vd. con la mayor consideración y respeto, su más obe­diente servidor q. b. s. m.

BOLÍVAR.

Un gobierno republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios. Necesitamos de la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas y las costumbres públicas.

Publicado en los grupos: Independencia de Colombia

Eran las cuatro, el cielo de Caracas estaba extremadamente claro y brillante, una calma inmensa aumentaba la fuerza de un calor insoportable, caían algunas gotas de agua sin verse la menor nube que las arrojase, y yo salí de mi casa para la Santa Iglesia Catedral. Como cien pasos antes de llegar a la plaza de San Jacinto, convento de la Orden de Predicadores, comenzó la tierra a moverse con un ruido espantoso; corrí hacia aquella, algunos balcones de la Casa de Correos cayeron a mis pies al entrar en ella, me situé fuera del alcance de las ruinas de los edificios y allí vi caer sobre sus fundamentos la mayor parte de aquel templo, y allí también, entre el polvo y la muerte, vi la destrucción de una ciudad que era el encanto de los naturales y de los extranjeros. A aquel ruido inexplicable sucedió el silencio de los sepulcros. En aquel momento me hallaba solo en medio de la plaza y de las ruinas; oí los alaridos de los que morían dentro del templo, subí por ellas y entré en su recinto. Todo fue obra de un instante. Allí vi como cuarenta personas, o hechas pedazos, o prontos a expirar por los escombros. Volví a subirlas y jamás se me olvidará este momento. En lo más elevado encontré a don Simón Bolívar que, en mangas de camisa, trepaba por ellas para hacer el mismo examen. En su semblante estaba pintado el sumo terror o la suma desesperación. Me vio y me dirigió estas impías y extravagantes palabras: «Si se opone la Naturaleza, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca». La plaza estaba ya llena de personas que lanzaban los más penetrantes alaridos.

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La Junta Patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación; pero el Congreso debe oír a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es perdernos.

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[Simón Bolívar] desde hacía mucho tiempo reconocía en él [Francisco de Miranda], no sólo gran pericia militar, sino que tenía el más profundo respeto por el veterano que había sido el primero en intentar sustraer a Venezuela de la opresión. Bolívar creía que … había descubierto en Miranda el hombre cuyo feliz destino le guardaba la gloria de realizar el espléndido proyecto de emancipar la América del Sur.

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Simón Bolívar está viajando

Bolívar partió de Inglaterra el 22 de septiembre de 1810 a bordo del Sapphire, un buque de la marina real, y desembarcó en La Guaira el 5 de diciembre.

El Foreign Office, el Ministerio de Asuntos Exteriores británico, consideró que «usando su vínculo de lealtad a Femando, Inglaterra puede ayudar a España a conservar sus colonias y no obstante forzarla a cambiar su sistema comercial».

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Misión a Londres. La embarcación partió de La Guaira el 9 de junio y llegó a Portsmouth el 10 de julio.

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Bolívar volvió a Caracas se encontró con una ciudad inmersa en un ambiente de gran agitación social y política.

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En Hamburgo se embarcó en un buque estadounidense rumbo a los Estados Unidos. Arribó al puerto de Charleston en enero de 1807, y estuvo entre tres y seis meses recorriendo Boston, Filadelfia y Nueva York.

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menciona a

En el mismo año de la muerte de su esposa Bolívar zarpó hacia España en octubre de 1803 y llegó a Cádiz hacia finales de año. Hacia mediados de agosto de 1804 se encontraba en París. Allí reencuentra a su antiguo maestro Simón Rodríguez.

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Simón Bolívar perdió a un ser querido

María Teresa enfermó poco después de "fiebres malignas", hoy día identificadas indistintamente como fiebre amarilla o paludismo, por lo que el matrimonio regresó a Caracas a su Casa del Vínculo, donde ella murió el 22 de enero de 1803. Trás ocho meses de matrimonio y dos años de noviazgo, Bolívar perdía así a su amada María Teresa.

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El 15 de junio de 1802 los recién casados partieron hacia Caracas, desembarcando el 12 de julio en La Guaira.

En agosto de 1800 María Teresa aceptó el noviazgo con Simón Bolívar y contrajeron matrimonio el 26 de mayo de 1802​ en la iglesia de San José, en Madrid.

[Carlos Palacios a Esteban Palacios] ...Es necesario contenerlo [Simón Bolívar] como te he dicho, lo uno porque se enseñará a gastar sin regla ni economía y lo otro porque ni tiene tanto caudal como se imagina él … es necesario hablarle gordo o ponerlo en un colegio si no se porta con aquel juicio y aplicación que es debido. [...] de lo contrario se gastará la fortuna familiar y todos nos veremos afectados.

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Bolívar fue enviado a España a los 16 años para continuar sus estudios, partió del puerto de La Guaira a bordo del navío de línea «San Idelfonso».