En Santafé se vivía modesta pero confortablemente. Las casas eran de un solo piso, en lo general; todas las piezas estaban esteradas, porque el lujo de la alfombra sólo se conocía en las iglesias, en donde aún se conservan vestigios descoloridos, y de tanto cuerpo, como dicen los comerciantes, que parecen colchones. El mueblaje de las salas no podía ser más modesto: canapés de dos brazos en forma de S, sin resortes, y forrados en filipichín de Murcia (hoy tripe); mesitas de nogal estilo Luis xv, en que se ponían floreros de yeso bronceado, con frutas que se copiaban de los colores naturales; estatuas de la misma materia; representación de la Noche y el Día, con un candelabro en la mano; cajones de Niño Dios, de Nuestra Señora de los Dolores, o de algún santo, llenos de todas las chucherías y baratijas imaginables; taburetes de cuero con espaldar pintado de colores abigarrados. En los rincones se colocaban pirámides de papayas, que embalsamaban la atmósfera con su aroma, y ahuyentaban las pulgas; vitelas en las paredes (hoy cuadros o láminas) de asuntos mitológicos o episodios de la historia de Hernán Cortés, el descubrimiento del Nuevo Mundo, etcétera. La araña de cristal suspendida del cielo raso era un lujo que pocos gastaban. Hablamos de la generalidad de las casas, porque, en puridad de verdad, había excepciones; pero las tales cargaban con la responsabilidad, no solidaria, de pagar con las consecuencias de la especialidad que usaban, como más adelante diremos.
Durante mi permanencia en América jamás encontré descontento, pero sí observé que si no existía grande amor hacia España, por lo menos había conformidad con el régimen establecido. Más tarde, al comenzar la lucha, fue cuando comprendí que me habían ocultado la verdad y que en lugar de amor existían odios profundos o inveterados.
Es mi voluntad que las dos obras que me regaló mi amigo el señor general Wilson, y que pertenecieron antes a la biblioteca de Napoleón tituladas El Contrato Social de Rousseau y El arte militar de Montecuculi, se entreguen a la Universidad de Caracas.
Por lo demás hallaréis también consejos importantes que seguir en la naturaleza misma de nuestro país, que comprende las regiones elevadas de los Andes, y las abrasadas riberas del Orinoco: examinadle en toda su extensión, y aprenderéis en él, de la infalible maestra de los hombres, lo que ha de dictar el congreso para la felicidad de los colombianos.
El general Bolívar tenía una frente alta, pero no inusualmente ancha, surcada de muchas arrugas. Sus cejas eran pobladas, pero bien formadas; sus ojos, oscuros y penetrantes; su nariz, larga y perfecta … Tenía los pómulos salientes y, ya desde la primera vez que lo vi (en mayo de 1818), las mejillas hundidas. Su boca era fea, tenía los labios gruesos y el superior alargado. Sus dientes eran blancos, regulares y bellos, y les prestaba particular cuidado. Tenía un mandíbula y un mentón marcados. Las orejas grandes. Su pelo, que llevaba largo hasta que empezó a encanecer en 1822, era muy negro y rizado … La piel era morena y algo áspera, sus manos y sus pies eran pequeños y finos.
Quise mucho a mi mujer y su muerte me hizo jurar no volver a casarme; he cumplido mi palabra. Miren ustedes lo que son las cosas: si no hubiera enviudado, quizá mi vida hubiera sido otra; no sería el general Bolívar, ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo … Volví de Europa para Caracas el año de 1801 [1802] con mi esposa, y les aseguro que entonces mi cabeza sólo estaba llena de los vapores del más violento amor y no de ideas políticas, porque éstas no habían todavía tocado mi imaginación; muerta mi mujer y desolado yo con aquella pérdida precoz e inesperada, volví para España, y de Madrid pasé a Francia y después a Italia: ya entonces iba tomando algún interés en los negocios públicos, la política me interesaba, me ocupaba y seguía sus variados movimientos … Sin la muerte de mi mujer no hubiera hecho mí segundo viaje a Europa, y es de creer que en Caracas o San Mateo no me habrían nacido las ideas que me vinieron en mis viajes, y en América no hubiera logrado la experiencia ni hecho aquel estudio del mundo, de los hombres y de las cosas que tanto me ha servido en todo el curso de mi carrera política. La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política.
[Carta desde Cuzco, dirigida a su hermana María Antonia] Te mando una carta de mi madre Hipólita, para que le des todo lo que ella quiere; para que hagas por ella como si fuera tu madre, su leche ha alimentado mi vida y no he conocido otro padre que ella. Al tío Esteban le mando una libranza de cinco mil pesos contra el tesoro público. Bastante me ha costado este paso; pero he debido darlo en beneficio de él. Hazle muchos cariños de mi parte. Dame siempre noticias políticas y de todo; porque lo que tú me dices es siempre lo más cierto.